domingo, 9 de agosto de 2020

JOKER: UN MENSAJE DE REFLEXIÓN SOBRE LA SOCIEDAD ACTUAL

Recogiendo el testigo de negrura de Christopher Nolan respecto al personaje de Joker y Batman en El Caballero Oscuro y llevando el universo de indecencia hasta una nueva dimensión, aún más política e infinitamente más social, Todd Phillips ha compuesto Joker, grandioso ejercicio de energía visual y sonora. Un categórico golpe contra el sistema que, debido a su complejidad más que a su ambigüedad, corre el peligro de malinterpretarse. 



Es la demencia del individuo como ejemplo de la locura social. Es la película más incómoda que he visto en mucho tiempo. Desagradable, cruel, perturbadora, tristísima. Y donde el despliegue físico de cuerpo, rostro y mirada de Joaquin Phoenix se convierte en un recital de puro genio.

Sin embargo, pese al activismo social y a la acusación contra el sistema de recortes del gobierno, de abandono de los más desfavorecidos, sería un error no ver que la película es una denuncia moral desde arriba hasta abajo, y que el Joker, finalmente, rebasando por la izquierda al antihéroe Travis Bickle, se convierte en un villano enfermo, alienado y enajenado. Y si alguien cree que los que mueren en la película merecían morir así por sus acciones, solo puede ser dos cosas: un peligroso radical de extrema derecha o izquierda; o un ignorante anarquista de sofá que nunca moverá un dedo si no es para la impostura de las redes sociales.




La podredumbre moral que lleva a Joker, un demente diagnosticado, a ser visto como un héroe habita también en la masa embriagada de furia. Los mismos que en una de las primeras secuencias dan una paliza simplemente porque sí al enfermo mental Arthur Fleck, antes de convertirse en el Joker, podrían ser los que lo adoran como mito en los últimos momentos. Es la conjura de la ira, desembocando en la irracionalidad de la masa. Es la complicación moral de una película formidable y retorcida.


KARAJAN POR TODO LO ALTO

Deutsche Grammophon reedita la cuarta de las seis integrales (entre audios y vídeos) de las sinfonías de Beethoven registradas por Herbert von Karajan, es decir, la que grabó con la Berliner Philharmoniker en la Philharmonie de la capital alemana entre 1975 y 1977. Y lo hace con verdadero lujo, en dos Blu-rays Pure Audio con tres pistas: estéreo a 24bit/192 kHz, surround 5.1 a 24bit/192 kHz y Dolby Atmos a 24bit/48 kHz. Para esta última hace falta una instalación con dos altavoces en el techo; en mi caso tengo 5 más un subwoofer.


Pero sí he comparado las otras dos, y la mejoría con respecto a los antiguos CD es considerable. El cambio viene por la tremenda presencia que adquieren todas las familias instrumentales, por su relieve y su inmediatez, por su tremenda pegada. Particular importancia tiene el peso enorme que adquieren las frecuencias más bajas, liberando la tremenda sonoridad de la cuerda grave berlinesa en la que el maestro siempre se apoyó, por no hablar de la enorme, tremebunda gama dinámica que ahora alcanzan estos registros, acentuando más aún los tremendos contrastes entre pianísimos y fortísimos tan caros al maestro. Dicho de otra manera, esta edición en Blu-rays Pure Audio no hace sino subrayar los rasgos sonoros más propiamente karajanianos, y precisamente en una época, la segunda mitad de los setenta, en la que el de Salzburgo alcanzó las cotas más altas de desmadre. Karajan más Karajan que nunca. Karajan desencadenado.

La Sinfonía nº 1 es quizá la que sale mejor parada: interpretación poderosa y amplia, de sonoridades ora opulentas y musculadas, ora de sensuales y refinadas a más no poder, dicha con entusiasmo y con momentos muy teatrales –francamente operístico el arranque del cuarto movimiento–, que pone en evidencia la evolución de Karajan desde parámetros toscaninianos hacia la suntuosidad de la última época. 

En la Sinfonía nº 2 es una verdadera lástima que Karajan no deje explayarse todo lo que debería a un Larghetto hermoso pero demasiado rápido, porque el resto de la interpretación es un prodigio de fuerza (¡tremendos los movimientos extremos!), de comunicatividad y de lenguaje beethoveniano. 

Aun de enfoque antes épico que dramático, el primer movimiento de la Heroica resulta admirable por su empuje bien controlado, por la portentosa plasticidad con que están tratadas las masas sonoras –empaste perfecto, robustez sin excesos, densidad sin merma de la claridad–, por su brillantez bien entendida y, sobre todo, por la convicción que desprende. No tan bien funciona la marcha fúnebre: sensualísima en la sonoridad e increíblemente bella en su canto, pero poco o nada rebelde en sus clímax, menos aún visionaria, sino más bien pacífica y resignada, cuando no erróneamente opulenta. El Scherzo está dicha con una perfecta mezcla de músculo y elegancia, aun sin resultar del todo electrizante. Y toda la primera parte del Finale resulta luminosa, jovial y optimismo a más no poder para luego decantarse por la grandilocuencia glorificadora, sin rastro de la tragedia anterior ni de pliegues expresivos: a Napoleón le hubiera encantado.

Una introducción maravillosamente sensual pero también un punto desmayada nos advierte que Karajan, frente a las magníficas dos realizaciones anteriores con la misma orquesta, se encamina poco a poco hacia una visión en exceso autocomplaciente de la Sinfonía nº 4. Y efectivamente, esta es una lectura soberbiamente tocada y de incuestionable lenguaje beethoveniano, pero que oscila entre momentos de excesiva corpulencia y otros de una languidez un punto narcisista, o por lo menos carente de poesía sincera.

La Sinfonía nº 5 es presunta especialidad de la casa, pero lo cierto es que no termina de convencer. Muy en la línea de su filmación para Unitel algo anterior, Karajan no logra repetir el importantísimo logro de su registro de 1962. Sobran rigidez, marcialidad, y retórica vacua, faltan calidez, flexibilidad y, sobre todo, convicción expresiva. El conjunto resulta en exceso teatrero y volcado en el puro espectáculo. Como advertíamos al principio, la audición en el Bluy-ray no hace sino acentuar los contrastes dinámicos extremos propuestos por el maestro, aunque a cambio en los pasajes más recogidos ofrece una limpieza y una presencia sonora de un detallismo –pizzicati del tercer movimiento– digno de admiración.

Un fiasco la Sinfonía nº 6: todo se encuentra meridianamente expuesto, pero la asepsia es absoluta. Tampoco es que se trate, como alguna vez se ha dicho, de una Pastoral pastoril”. No, no es eso. No hay narcisismos ni cursilería. Es que la poesía se halla ausente. Solo se salvan una danza de los pastores entusiasta y una tormenta más bien exterior y algo aparatosa, eso es verdad, pero sin duda sobrecogedora.

Tal vez la mejor de las recreaciones que Karajan realizó de la Sinfonía nº 7 sea la de la presente integral. Cierto es que, como en el resto de las sinfonías, vuelven a echarse de menos tanto vuelo poético como carácter verdaderamente visionario en una recreación que también resulta un punto lineal, no todo lo flexible e imaginativa que podía haber sido. Pero también es verdad que la que la portentosa técnica del maestro y el músculo por entonces sin parangón de la orquesta berlinesa se ponen al servicio de una admirable síntesis entre emoción sincera y brillantez bien entendida. Un espectáculo, esta vez en el mejor sentido del término.

El primer movimiento de la Sinfonía nº 8 es magnífico, por su soberbiamente delineada arquitectura y por su carácter gozoso, sin excluir el adecuado carácter combativo y tempestuoso del genial clímax escrito por el de Bonn. Los movimientos intermedios están francamente bien, a falta de un punto más de sal y pimienta en el segundo y de encanto en el tercero. Y el cuarto es un descalabro: no solo precipitado sino también rígido y cuadriculado, incluso machacón. 

Queda la Sinfonía nº 9. El motivo en la cuerda con que arranca la obra está expuesto con una increíble claridad, como si Karajan quisiera borrar todo rastro de misterio del mismo. Y así parece ser en el desarrollo, desatento al peso de los silencios –una constante en sus diferentes interpretaciones fonográficas de la página– y volcado en extremar las dinámicas de lo fortísimo a lo casi inaudible, pero construyendo la arquitectura de tensiones y distensiones de manera tan mnilimétrica como lineal. El resultado apabulla, mas carece de sinceridad. Algo mejor funciona el Scherzo, dicho con virtuosismo insuperable y bien recorrido por nervio interno, aunque a la postre igualmente mecánico; las trompetas, como en toda la interpretación, adquieren excesivo protagonismo. El Adagio molto e cantabile ofrece una belleza sonora suprema y está maravillosamente fraseado, pero entre tanto hedonismo la reflexión y la hondura (¿dónde están el lirismo agridulce y los clímax punzantes de Furtwängler y de otros grandes recreadores de la obra?) apenas se entrevén.

El Himno a la Alegría ofrece una doble fuga magistral, pero aquí el de Salzburgo apenas puede disimular su tendenciosidad ideológica y se lanza en plancha no ya a por la marcialidad y la afirmación épica sin rastro de sentido trágico, de elevación espiritual o de carácter visionario, sino a por el decibelio puro y duro, hasta rematar en un final que es puro bombo y platillo. Regular los Wiener Singverein, y sensacional el cuarteto: Anna Tomowa-Sintow, Agnes Balsta, Peter Schreier y José van Dam.